lunes, 7 de marzo de 2016

Érase una vez

Érase una vez una casa vieja en reconstrucción y una chica con una bomba (porque sí, porque mola) atrapada entre dos de sus paredes. Estas solo tenían un pequeño hueco que las atravesaba, pero era imposible escapar por él.

Pasados los días, al no dar señales de vida, dos chicos acudieron en su busca: un amigo lejano y el amor de su vida. Descubrieron algo extraño en esa parte de la casa, por lo que el primero de ellos comenzó a romper una pared. El segundo, la otra. Y ambos eran totalmente idénticos; la misma persona, diría yo. Ninguno de los dos sabia que la pared era tan gruesa que resultaba imposible llegar hasta ella antes de que muriese.

Había una estrecha ranura entre ambas y la fuerza que ejercían los golpes hacía que esta cada vez se pronunciase más. La chica, que era poquita cosa, poco a poco se hundía. Y aunque siempre había sido fuerte, tenía miedo. Sin embargo, pasadas las horas, se cansó de resistir.

En ese momento, comprendió que los tres no podrían salir con vida, descubriendo así que solo tenía dos opciones: 
apostar por una y volar la otra, tirando a través de ella la bomba y destruyendo por completo todo lo que había detrás
o rendirse, sin más, y dejarse caer.

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