Vivo líos de sábanas imposibles cada noche.
A veces,
también cada día,
pero los días son menos intensos cuando de líos se trata.
Y
de sábanas. Y de imposibles.
Y a mí, esas tres cosas, o me las das intensamente o no me molesto en mirarlas.
Me acuesto, los miro (¿me miran?) y caigo.
No soy facilona, que quede
claro,
pero cuando una cosa está con los puntos en su sitio… es que me vuelvo loca.
Sin embargo, tampoco soy imbécil.
El amor no es ciego, sino al
revés;
y ojos que ven como los míos hay muchos.
En un primer instante,
parece que han
sido diseñados
exhaustivamente para mí.
En un segundo instante,
sé que otras cinco personas pensaron lo mismo.
Además, soy realista:
si vinieron se irán; así, como llegaron; así,
como si nada.
Y es que la mayoría ya tienen propietario
y los anónimos…
Los
anónimos, si aún no tienen dueño, por algo será, ¿no?
Así pues, los únicos totalmente accesibles
son los que yo
sola me hago.
Por las noches
o por el día.
Pongamos que voy muy borracha
y pongamos que puedo leer.
Entonces,
si me dejo llevar
y me enamoro de un verso,
¿qué hago?
¿qué hago?
¿me lo tiro?