Príncipes convertidos en sapos feos y princesas que pasaban a ser charcas. Los sapos, con sus enormes y furiosas ancas, chapoteaban, chapoteaban y chapoteaban hasta dejar las charcas vacías. El llanto de sus princesas interiores las volvía a llenar. Y, de nuevo, ellos chapoteaban, chapoteaban y chapoteaban.
De eso iba el cuento que mamá le contaba a Martina antes de ir a dormir con moratones semiescondidos y lágrimas en los ojos. Mamá llenaba charcas.