Últimamente solo aparezco por aquí cuando no estoy del todo contenta. Hoy no: hoy estoy oficialmente indignada. La respuesta al por qué, no la tengo. Quizá porque el hecho de estar mucho tiempo alegre necesita equilibrarse con estar un poco triste a ratos. O tal vez porque, a veces, el vaso sí que está ligeramente vacío.
El caso es que el café hoy me hace llorar. Y los libros; y las películas; y las ideas. Esas que suelen decirte que "tienes lo necesario para ser feliz", pero que a veces se convierten en un "no, no es suficiente". Nunca lo es.
¿Por qué nos quitan el derecho a no conformarnos?
"Hay que ser feliz con lo que tiene." "Cada uno vive lo que le toca vivir." "Es lo que hay. Y punto."
¿Tan malo es admitir que se necesita más? Que no me vale con un 10; que yo quiero un 20.
Y quiero hacer cosas nuevas, ver sitios nuevos, conocer gente nueva. Que soy de los que prefieren malo por conocer que bueno conocido. Y sentir, joder, que nadie se acuerda de que no consiste solo en repetir las emociones que ya conocemos. Parafraseando a Sara Herranz: "Somos demasiado jóvenes para estar tan tristes."
Pero luego están los estudios de los que depende el resto de tu vida, los amigos de siempre, la familia de siempre y la rutina que no cambiamos casi nunca. Y cuando lo hacemos, nos damos cuenta de que "lo de siempre" no condiciona el futuro y de que el resto de tu vida puede cambiar a cada hora. Sin embargo, siempre hay una hostia que te devuelve a la realidad y te ata de pie y manos con una cuerda aún más fuerte que la de antes.
Al final me doy cuenta de que detrás de tanto pensamiento revolucionario, solo soy una cobarde que espera número por número a que acabe la cuenta a atrás para soltarse. O que la suelten.